Estrella Guerrero
Psicóloga infantil
Unidad de Desarrollo Infantil y Atención Temprana – UDIATE
Hospital Victoria Eugenia Cruz Roja
En el día a día, muchas son las situaciones y obligaciones a las que los adultos hacemos frente. El estrés, las prisas o las tareas pendientes pueden hacer que, a veces, perdamos la paciencia con nuestros hijos, actuemos de forma agresiva o de forma inadecuada o demos una mala contestación. Estos encuentros desafortunados tienen consecuencias tanto para nosotros (sentirnos culpables, desbordados, pensar que somos malos padres/madres…) como para los niños.
Cuando esta forma de actuar se mantiene en el tiempo, puede convertirse en un patrón de relación dañino que es necesario romper.
Pero, ¿por qué actuamos así? ¿por qué nos dejamos llevar por los impulsos y no gestionamos con serenidad las demandas que se nos plantean con nuestros hijos? …
La respuesta a estas preguntas depende de muchos factores, sería conveniente hacer un ejercicio de reflexión para conocernos más a nosotros mismos y saber que puede estar fallando y cómo podemos mejorar.
¿Es posible aprender a ser pacientes con nuestros hijos?
Ejercicios de reflexión, posibles causas de nuestro comportamiento
Patrones de respuesta aprendidos desde nuestra propia infancia
El no mostrar esa paciencia que tanta falta nos hace, puede ser debido a patrones de respuesta aprendidos desde nuestra propia infancia, el manejo de las frustraciones, la resolución de problemas etc. son aspectos que se aprenden desde pequeños y que son tan importantes como los modelos de actuación que hemos aprendido de nuestros padres o personas de referencia.
Falta de herramientas y el miedo a perder el control de la situación
Otras veces, la falta de herramientas y el miedo a perder el control de la situación nos lleva a actuar de forma impulsiva y autoritaria. A corto plazo, este tipo de relación parece eficaz ya que observamos que tiene un efecto mucho más inmediato sobre el niño. Sin embargo, las consecuencias emocionales y conductuales a largo plazo nos demostrarán que estamos equivocados.
El niño obedece por miedo a las consecuencias, sin recibir ningún tipo de razonamiento, dando lugar con ello a sentimientos de inferioridad, inseguridad, miedos, complejos, tristeza, rebeldía y conductas poco empáticas con los demás.
Malinterpretación del comportamiento, gesto o comentario
En ocasiones, la relación con nuestros hijos llega a ser tan exasperante que tendemos a malinterpretar cualquier comportamiento, gesto o comentario, nos sentidos atacados y actuamos de acuerdo a ese pensamiento erróneo perdiendo la paciencia y bloqueando una vez más la oportunidad de establecer relaciones positivas y emocionalmente sanas.
No somos conscientes de las necesidades de los niños
Si a todo lo anterior sumamos que a veces no somos conscientes de las necesidades de los niños, tenemos dificultades para entender los motivos de sus conductas, nos sentimos presionados por las opiniones de nuestros entorno por “nuestro mal hacer” y nos culpamos por no poder pasar más tiempo con ellos o ser mejores padres para darle solución a los pequeños conflictos, el resultado se convierte en unos padres frustrados, estresados y con pocas posibilidades de ser pacientes y comprensivos.
La buena noticia es que todo ello tiene solución, es posible comenzar a construir una buena relación trabajando nuestra paciencia entre otros aspectos.
No te pierdas en el próximo artículo los consejos prácticos para empezar a cambiar. Y recuerda que nunca es tarde para pedir ayuda profesional en caso necesario.